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El despertar a la realidad

El buscador de la verdad es un ser de pasión, entusiasta, audaz, perseverante, que deja que la vida se manifieste plenamente en él, dejando que circule libremente a través de su propio espacio. Este espacio es tranquilo porque está despejado, vacío de cualquier representación objetiva. “Se necesita un corazón ardiente dentro de una paz vacía y silenciosa” nos dice el Maestro Eckhart.

La realidad no puede ser vista mientras no hayamos renunciado a nuestras identificaciones falsas, mientras el despojamiento necesario no haya sido llevado a cabo, mientras no hayamos comprendido que nada nos separa de nuestra esencia; es solamente nuestra mente que fabrica esta idea de distancia, que crea etapas y metas por alcanzar. Por lo tanto, la realización es inseparable del despojamiento, de la desnudez del ser. El despertar presupone dejar de lado un yo actor, el desvanecimiento de el que desea la iluminación. No ocurre nada mientras existe esta entidad que quiere conocer la respuesta a la pregunta :¿ quién soy ¿ El despertar no puede ser provocado por un ego, él mismo objeto en este mundo fenoménico. La realidad intemporal tampoco puede ser descubierta por una mente siempre en movimiento, que se nutre del tiempo. Cualquier búsqueda es en vano, porque es mental y sólo puede provocar un estado psíquico particular. Ahora bien, el despertar no es un estado especial: es el retorno a la fuente de nuestro ser. Esta realidad siempre es presente pero solamente podemos verla cuando se detiene la mente. Entonces el tiempo se detiene. La realización de nuestra naturaleza eterna es ahora posible: estamos en la pura presencia, sin la espera del gran salto fuera del tiempo. El despertar es la realidad que se revela desde ella misma hacia ella misma. En este instante ya no hay ni cuerpo ni mente. Es el reconocimiento por la conciencia de lo que es, reconocimiento instantáneo, directo, sin intermediarios conceptuales. La conciencia se capta ella misma, en un impulso impersonal. Hay una fuerza misteriosa que permite este retorno hacia la fuente, este movimiento de la conciencia que penetra en ella misma y reconoce, maravillada, su naturaleza. Anteriormente, enseñanzas, lecturas, meditaciones habrán podido parecer necesarias para disolver el velo egótico y volver la mente transparente, para estimular la atención y la perseverancia como si se tratara de llamadas de gracia. No obstante, la gracia se da sin condición y sin esperar nada. Todo es posible en cualquier momento. El despertar siempre es repentino y sin motivo. No es una experiencia, inscrita en el tiempo y forzosamente dual, con alguien que experimenta y un objeto de experimentación. Por lo tanto, no hay que hacer nada particular, ningún esfuerzo en concreto. Al contrario, el despertar pone fin a la creencia en este concepto de una individualidad autónoma implicada en una actividad personal. En cuanto la mente entiende la futilidad de su deseo, se produce una renuncia propicia a la acogida. Los cuestionamientos, las proyecciones y los deseos se resorben. Hemos transcendido todos los miedos. Estamos dispuestos a darlo todo, a perderlo todo, sin posibilidad de retorno. Estamos preparados… pero no es nuestra acogida que crea la gracia. No hay causa para que se dé la gracia.

Este salto fuera del tiempo se efectúa en el vacío silencioso. Uno no vuelve de este viaje último. El retorno aparente a este mundo va más allá de la dimensión relativa del espacio y del tiempo, que solamente es activa para la supervivencia del cuerpo y el funcionamiento armonizado de la mente. La muerte de todo lo que ha sido, la absoluta desnudez interior permite quedarse en esta profundidad donde todo es percibido como movimiento de la conciencia. El reconocimiento de la realidad absoluta no se manifiesta a través de discursos, prodigios o acciones que buscan convencer, tampoco a través de la soledad. Tan solo queda el Amor. A diario, esto se expresa en meditación constante, cualquiera que sean las circunstancias, con paz, con paciencia, con bondad, con humildad, con una atención amable hacia los que no viven esta libertad. El reposo es constante. No es un cese de la actividad sino un acuerdo sutil con la vibración cósmica.

La realización de nuestra naturaleza es libertad. Una vez vista la última realidad, ya no existen identificaciones erróneas, ni reglas creadas por una mente que ya nada puede perturbar. La mente está restablecida en su unidad, ella también testigo, en armonía con lo que la contiene, la conciencia que abraza al universo entero. Ya no busca nada en el “exterior”, no se extravía persiguiendo objetos. Los pensamientos no desaparecen pero su aparición es objeto de una mirada neutra, libre de ellos. Todo lo que se vive se integra en la unidad realizada, fundamento último de la vida. Sí, el despertar produce un cambio en la mirada. Como ya no se identifica con lo percibido, se da cuenta de que es el continente de todas las percepciones. Esta mirada abraza a la totalidad, en el seno mismo de nuestra vida cotidiana dualizante. Nuestra conciencia implicada en una forma humana se ha vuelto conciencia impersonal, y eso explica esta unidad reencontrada con el cosmos, con el conjunto de la manifestación percibida como una aparición en el seno de este campo infinito. Y la unicidad es alegría… Separación y causalidad han desaparecido. La dualidad es vista como una ilusión unida a la manifestación, la multiplicidad como una apariencia, un reflejo de la fuente. El reflejo ya no se confunde con la fuente que él refleja. La conciencia ya no se “pierde” en los fenómenos porque sabe de manera irreversible que es la luz que permite ver estos fenómenos. Lo que somos es luz. Siempre está presente, y nada nos lleva hacia ella. La unidad se ve en la multiplicidad, la no- forma en la forma. Ya no hay sensación de diferencia: soy tu sufrimiento, soy también el espacio sin sufrimiento, en una misma vibración. La realización es esto, vivir en la no-separación en la visión global, unitiva de la vida, sin diferencia entre la fuente y la expresión, entre lo indiferenciado y lo manifestado, entre la realidad absoluta y la realidad relativa. La vida es una. Se vive instantáneamente, como una fuente brotando eternalmente y como un pasaje transitorio a través de formas limitadas.

La única traba a nuestra realización, y el origen de nuestros tormentos, es creernos separados, distintos del resto del universo. El único cambio corresponde al hecho de que tenemos desde ahora una mirada unitiva sobre la vida. La mente en reposo ya no divide el mundo y ve en cada cosa el funcionamiento de la totalidad. En el vacio de la mente silenciosa, en la humildad de un yo que se desvanece nos abandonamos al flujo suave y potente de la energía de la vida. Su origen luminoso no tiene contrarios. Es esa realidad que nos empeñamos todos en descubrir detrás de las oposiciones de este mundo. Aspiramos a realizar esto que percibe directamente, con claridad, que nos hace penetrar en lo más profundo de cada acontecimiento. Para descubrirlo hay que atreverse a lanzarse sin miedo en la aventura de la vida, aceptar con todo nuestro ser su movimiento en apariencia contradictorio, penetrar intensamente en el corazón de lo que es en cada instante. El acceso a la realidad no está separado de nuestra vida cotidiana. Todo lo que aparece es la expresión de la energía cósmica, pura en su esencia. El sentido de nuestro destino terrestre es ir a la fuente de esta energía, ir hacia la morada oculta donde nos descubrimos uno, en un espacio infinito de luz y amor. Solamente la conciencia liberada de la identificación con una entidad distinta puede percibir claramente la totalidad. Estamos permanentemente en contacto con todas las manifestaciones de vida en el universo y cada uno de nuestros actos tiene una resonancia cósmica. En cuanto estamos en conciencia en el corazón de la vida, en cuanto expresamos plenamente lo que somos, tenemos una visión global de la vida.

Esto es el despertar a la realidad: ser percepción global, mirada-espejo de la conciencia, presencia a todo lo que vive y presencia de sí mismo, cualesquiera que sean las innumerables experiencias que se presentan. Bien y mal, salud y enfermedad, vida y muerte ya no están separados. Hemos logrado la unidad. Nos sentimos reconciliados y libres, felices sencillamente porque vivimos. Estamos en comunión con todo lo que existe, con todo lo que aparece en el campo luminoso de nuestro espacio. La inteligencia de la vida ya se expresa como lo desea, sin trabas. En esta ausencia total de identificación, lo que es de toda eternidad puede aparecer. Es la conciencia contemplada por la conciencia.

El Sí mismo, cuya maravillosa esencia es luz, por el juego impetuoso de su libertad, primero oculta su propia esencia, para luego, repentinamente o paulatinamente, revelarla de nuevo en su plenitud. Y este advenimiento de la gracia es enteramente independiente.” Abhinavagupta