La mente es, a la vez, la causante de todas nuestras preocupaciones, alimentando deseos y angustias, creando el concepto de un yo separado, y la llave que nos permite comprender este viaje terrenal emprendido por la conciencia. No se la puede condenar en si misma ya que puede ser un aliado y permitirnos entender que no somos tan solo este flujo mental.
Sin embargo la hemos dejado ejercer un dominio absoluto sobre la vida y parasitar el conjunto de nuestras existencias.
La mente se agota queriendo cambiar lo real fabricando ideales, creencias y certezas, formando una representación de lo que es, paralizando así el movimiento perpetuo de la vida. Crea esta realidad terrenal, constituida por ilusiones de las cuales se ha llenado, establece el yo y el mundo fuera del yo, el sujeto que pensante y el objeto pensado, sin realidad autónoma. Pensar desplaza la mirada hacia el objeto. La actividad mental nos proyecta hacia los objetos, y crea la creencia de una separación, de una distancia, desplegando su energía en el tiempo. Estamos tan acostumbrados a dirigir nuestra mente hacia el exterior, hacia los objetos que la retienen y la distraen que solamente vemos lo que la llena. La dejamos ejercer sin cesar una presión sobre cada cosa que se presenta, creyendo controlarla reteniendo ciertos aspectos y rechazando otros. Nos lleva a vivir con la ayuda de conceptos en lugar de dejar que la vida se realice a través de nosotros. Obstruida por todo lo que acumula, es incapaz de reflejar la situación del momento presente tal como es.
La mente nos enseña la diferenciación. Está implicada en toda experiencia de dualidad. Funciona por comparación y oposición. Nos identificamos con esta diferenciación, la pensamos como si fuera el fundamento de nuestra realidad. Sin embargo, no hay dualidad: los dos polos no están separados sino en interacción. La mente es la causante de la separación entre dos opuestos que son inseparables, que no pueden existir el uno sin el otro en la expresión de la vida. Está condicionada para excluir lo que parece inaceptable. La interdependencia de los opuestos es el fundamento mismo del movimiento de la vida. Nuestro problema nace cuando intentamos suprimir uno de los dos opuestos.
La dispersión, la sumisión a las distracciones incesantes que alimentan el flujo de pensamientos, la ausencia de descanso, de estabilidad, la búsqueda perpetua es lo que caracteriza habitualmente nuestra mente y la vuelve permanentemente ansiosa y cansada. Está casi siempre dividida, deseo o rechazo. Las opiniones incesantes hacen que nuestra existencia sea compleja. Comparamos, cogemos o rechazamos. Excluimos cuando la vida lo incluye todo. Cada acontecimiento ha de pertenecer a una categoría. Nuestra mente atrapada en la dualidad y la temporalidad sólo sabe juzgar si un acontecimiento es feliz o infeliz. Es incapaz de captar en profundidad la realidad de una situación, e incapaz de percibir la inteligencia infinitamente extensa que preside al enlace de las circunstancias. Olvidamos la unidad o la buscamos con el pensamiento estructurado yo/otro, sujeto, objeto. Para trascender la división, la mente debe reconocer la limitación de la relación sujeto/objeto, y luego sus propias limitaciones.
Podemos ser conscientes del funcionamiento de nuestra mente. Por lo tanto, no podemos ser esta mente que nos arrastra hacia donde quiere en sus creencias, emociones y sufrimiento. La mente es una función, no lo que somos. Aceptar que sea sólo un instrumento, el del ser profundo, la conciencia. Hacer que mire hacia dentro, no con esfuerzo, sino como un movimiento natural en el seno de la conciencia.
La naturaleza de la mente es movimiento. No hay que esforzarse en bloquear este movimiento ya que el pensamiento es un medio de experimentar la vida y este esfuerzo es únicamente mental. Todo esfuerzo para controlarla solamente puede hacer que se vuelva más hábil y conducir al fortalecimiento del ego. No se trata de ser sin mente, sino de estar libre de la mente. O sea, no ser únicamente un conjunto de deseos y miedos. No hay que oponerse al movimiento natural del pensamiento, pero hay que dejar de alimentarlo considerándolo como real y ver que su fuente está vacía. Somos este espacio silencioso y vacío en el seno del cual el pensamiento aparece. Esta Realidad última está fuera del alcance del pensamiento.
El cuestionamiento sobre el sentido de la vida y sobre nuestra verdadera naturaleza nace necesariamente de la búsqueda de la mente. Pero sólo puede preguntar, y rápidamente conceptualizar y por lo tanto dudar. No puede dar la respuesta: la realización de la Realidad no puede ser objetivada, el Sujeto último no puede ser objeto de conocimiento. En su búsqueda, la mente puede entender hasta cierto punto la naturaleza de la Realidad, pero no puede realizarla. Si encuentra una respuesta, sólo puede ser ella misma, y en esta ilusión creada, va a concebir una realidad mental que luego se empeñará en explicar. En cuanto se para la conceptualización, la percepción pura emerge. Con ella, la paz. Ella es nuestra naturaleza original. Las dificultades y el sufrimiento aparecen cuando ya no estamos en contacto directo con el flujo de la vida, cuando la mente pone una distancia entre lo que piensa vivir y la realidad.
Podemos muy bien vivir sin una actividad mental incesante, acogiendo las percepciones tales como se presentan, sin analizarlas o juzgarlas, sin fabricar imágenes. Que haya simple observación de cada fenómeno, pensamiento, emoción, sentimiento, sin calificaciones, sin juicio. Observar no es analizar. Solamente una atención aguda y sensible de los mecanismos de la mente, de sus esquemas repetitivos y condicionados. La atención que acoge es una posición de mirada neutra. Acogemos todo lo que se presenta a nuestra mente, un conjunto de fenómenos vistos por la luz de la conciencia. ¿Quién observa? Nuestro ser profundo, que demuestra en esta observación que él no es la mente. No podemos verle este ser verdadero, no podemos conocerle como un objeto y conceptualizarlo. Es aquí donde reside el problema para nosotros cuando vivimos identificados con la mente. Los pensamientos se sostienen únicamente por nuestras identificaciones. Ser testigo de nuestros pensamientos, sin identificación. Observar no desencadena una sucesión de pensamientos. En la observación, la energía de la mente se tranquiliza. Apacigua su funcionamiento parásito, vuelve a su justo lugar, ya no nos lleva a reacciones de miedo, de agresión o desánimo. Un desapego surge y la energía ya no alimenta a la mente sin cesar. Su funcionamiento disminuye por si mismo, sin coacción, por la sola observación de sus movimientos. Se tranquiliza a través de la atención, sin esfuerzo. Ve sus limitaciones, se vuelve humilde, receptiva, abierta. Sigue funcionando, pero los pensamientos brotan del silencio, nuestra realidad profunda, no del intelecto. Los pensamientos aparecen, desaparecen, percibimos su naturaleza vacía, simples reflejos en el campo de la conciencia. Entonces ya no hay traba al fluir de la conciencia pura y la verdadera inteligencia puede obrar. A partir de aquí la intuición emerge: es la respuesta inmediata a la vida, sin el intermediario de conceptos. Viene del corazón, no del intelecto. Capta la realidad de manera sintética, en la coexistencia de los polos.
La mente puede tener cierto conocimiento de la inteligencia que sostiene la vida, pero no puede tener de ella un conocimiento total. Es parte del mundo fenoménico.¿ Cómo podría ir más allá de los fenómenos, abrazar lo que la abarca? Lo que es infinito, sin forma, no puede ser abarcado por la mente, siendo ella misma el obstáculo a la respuesta que busca. Que lo reconozca, en una humildad reencontrada, es su única realización posible. Y estará en reposo, establecida en su fuente, transparente, sin juicio, sin opción. Entera, sin ningún conflicto, se convertirá en el instrumento del funcionamiento de la vida en su globalidad.
Lo que hay más allá del pensamiento sólo lo sabemos cuando el pensamiento se detiene. El pensamiento es impotente a la hora de descubrir la verdadera naturaleza de la vida, porque es memoria y tapa la realidad, el brotar siempre nuevo del movimiento de la vida. Con sus esquemas repetitivos encubre el juego libre de la vida.
La mente está hecha de pasado y de su reactualización en la proyección hacia el futuro. Siempre en movimiento, no puede captar el momento presente. En cuanto interviene, el contacto con el momento presente se rompe. El proceso del tiempo psicológico se ha puesto en marcha. Entonces todo se mira a partir de la memoria y todo es evaluado a partir de condicionamientos. Cuando la mente se calla, el tiempo se detiene. Estamos en el momento presente, o sea en la Realidad. La realización de nuestra intemporalidad, de nuestra verdadera naturaleza es entonces posible. Realizada la última realidad, ya no existen reglas, ni ilusiones creadas por una mente que ya nada viene a turbar. Descansa, sin división, en armonía con el flujo de la vida, con la fuente de cada cosa.
La conciencia se refleja tal como es, pura, sin deformar, en esta mente estable, relajada, calmada. El reposo es lo que somos de forma natural. En esta visión global de la Realidad, la mente en reposo deja brotar y después reabsorberse lo que se presenta, sin conceptualizar, sin dividir nada.
Entonces, la energía del amor puede fluir.