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El silencio

Puede parecer paradójico hablar del silencio, pero el silencio del cual hablamos aquí no es una ausencia de pensamientos, palabras o ruidos. Es la sustancia misma del universo y lo abarca todo. Es un espacio vacío, que no puede ser alcanzado como un objeto. Siempre presente, no hay que hacer nada particular para encontrarlo. Quien lo busca es el obstáculo. Porque el silencio es lo que somos. Es otra palabra para nombrar la conciencia. Cuanto más crece el silencio dentro de nosotros, más se despliega, se ensancha, ocupa el sitio ocupado por la mente. Entonces, cada uno de nuestros actos es alumbrado por la luz de la conciencia.

Todos los seres tienen la capacidad de dejar crecer el silencio dentro de ellos mismos. Sencillamente se trata de tener confianza en su propia capacidad. La meditación puede ser una ayuda para percibir nuestra capacidad de fundirnos en el silencio, el cuerpo y la mente naturalmente en reposo. Cuando, así, somos receptivos a las sensaciones del cuerpo, a las percepciones de la mente y los acogemos con una mirada y una escucha neutras, nos abrimos a nuestro ser profundo que es silencio. La existencia, en cada instante, nos ofrece varias oportunidades, si queremos prestar atención a cada intervalo de silencio que aparece subrepticiamente en medio de nuestro jaleo mental o de la algarabía exterior, a este fondo inmutable sobre el cual se impone todo ruido.

Así que el silencio no es una ausencia de sonidos. Además, ciertos sonidos nos revelan el silencio subyacente, lo acentúan , y a veces nos llevan hasta él. Observemos como notas de música o cantos de pájaros no lo estorban sino que lo realzan… El silencio no tiene nada que ver con el hecho de no pensar o no hablar. Es el origen del pensamiento lleno de humildad y la palabra justa. La vida brota de este fondo y vuelve a él, el pensamiento o la palabra que no tiene a donde ir consiente en volver allí… Que la palabras sean utilizadas o no, que los actos surjan espontáneamente o no, todo vuelve al silencio. Cuando ninguna voluntad personal interviene para cristalizar el movimiento energético de la mente, la percepción pura se disuelve naturalmente dentro del silencio… Esto no deja ningún residuo, ya que no hay nadie para apropiarse del pensamiento o de la acción. La energía es aquí poderosa, sin nadie para torcerla o disiparla, una gran creatividad está obrando, sin ningún pensamiento para restringirla o manipularla.

El silencio tampoco es solamente una noción de bienestar. Es la naturaleza de nuestro ser verdadero, lo mismo que la paz. Tenemos que llegar a sentirlo en segundo término, a vivir constantemente con esta sutil atención que transciende el tiempo. Entonces los pensamientos ya no están proyectados a partir de la memoria, las acciones surgen espontáneamente, sin miedo. ¿Cómo podremos percibirlo si no calmamos la hiperexcitación de nuestros cerebros, este mal del cual sufre el hombre contemporáneo y que lo aleja du su fondo? Ya no comprendemos lo que la vida, brotando perpetuamente de este fondo, tiene que decirnos. Ya no nos entendemos los unos con los otros. La verdadera comunicación es una interconexión en el seno de este silencio.

Sólo el ser de corazón purificado, de alma despojada por su travesía del desierto es digno de encontrar Esto que lo espera de toda eternidad y que le hará oír lo que nace del silencio. Es a través del sonido de un silencio sutil, a través de una brisa ligera, un murmullo dulce y ligero, que Elías tuvo la revelación de lo divino, después de andar 40 días y 40 noches en el desierto. En el Monte Horeb, allí mismo donde tuvo lugar el encuentro de Moisés con el Yo Soy, Elías oyó al Eterno… Él no estaba ni en el viento violento, ni en el terremoto, ni en el fuego, está escrito… El contacto con la verdadera realidad se produce únicamente dentro del silencio, cuando la mente está en calma, cuando ya no es el yo que actúa. Una vez percibida la naturaleza del pensamiento y del ego, es posible traspasar el umbral que nos conduce al silencio original, esta vibración eterna que sigue envolviéndolo y penetrándolo todo en cada momento. Es solamente dentro de este silencio que el salto dentro de nuestra profundidad puede producirse… Un espacio vacío, donde no hay nadie, ni un yo, por lo tanto ningún objeto que nombrar.

Al principio, experimentamos un estado silencioso. Para conseguirlo, somos solamente observador de cada pensamiento, de cada fenómeno, sin calificar, sin juzgar. Solamente una mirada apacible, desapegada, sin motivo particular. Esta visión disminuye naturalmente el funcionamiento de la mente. Nos convertimos en esta contemplación silenciosa… Poco a poco, el observador se disuelve dentro del silencio. Un día, somos el silencio, que haya o no ausencia de manifestaciones. El sujeto último es este silencio. La mente vacía, seguimos pensando, hablando y actuando. El proceso es espontaneo. Todo proviene directamente de este fondo silencioso, y todo tiene lugar dentro de él. Nuestra atención, nuestra visión, nuestra escucha, son silencio. Estamos asentados en nuestro ser profundo, podemos hablar o actuar, esto no cambia nada. El silencio es la esencia de nuestro ser profundo. Es continuo. No hace falta ningún esfuerzo para obtenerlo. Es el corazón, la matriz de donde emerge el aliento indiferenciado y donde convergen las energías manifestadas, donde todos los objetos desparecen (incluso el yo). Es el lugar donde se encuentran y se disuelven los opuestos. El silencio se despliega en nosotros cuando se revela la identidad exacta entre lo absoluto y lo relativo, entre la fuente y la expresión.

El silencio es uno de los nombres de la conciencia vacía, sin objeto. Es su sustancia, el espacio devuelto a su vacuidad original, cuando la mente descansa en su vacante. Él es nosotros mismos. No somos el contenido a menudo ruidoso que obstruye nuestro espacio interior. Somos el continente cuya naturaleza es silencio. La conciencia es pura percepción, libre de todo comentario, el continente que contiene todos los ruidos. Este continente – sujeto último, silencio, vacío – no es perceptible, objetivable. En cuanto le percibimos es el reflejo del silencio – conciencia – sujeto último – que es percibido. Cuando, en la experiencia de la muerte cercana, se realizó el salto dentro del espacio de la conciencia pura, sin objeto, todo mi ser estuvo en un estado de renuncia total, la mente vacía, los sentidos apartados, fue el silencio. No hubo ningún sonido cuando mi conciencia se sumergió dentro de la Conciencia cósmica. No era aterrador. Uno se siente plenamente en vida en este vacío que es paz y alegría… La percepción era la de una respiración única, como una pulsación continua. La inteligencia de la energía cósmica está aquí, dentro de esta vacuidad silenciosa. Es ella que enseña. Dentro de este vacío de una profundidad sin límite, el silencio, especie de murmullo divino, comunica el misterio de la vida. A través del silencio se revela lo que nos conduce al Silencio. La realidad sólo se puede alcanzar a través y dentro del silencio. Entonces, todo es conocido dentro de la luz y a través de la luz… Cuando volvemos a la percepción del mundo terrestre, el silencio es vivido continuamente como nuestro verdadero hogar, como la matriz del universo. Impregna todo nuestro ser, acompaña todos nuestros gestos, lo abarca todo.

Solamente se nos pide escuchar lo que nos dice el universo. Para esto ninguna religión, ningún dogma, ningún sistema organizado es necesario… Cada ser humano tiene la capacidad, solo, de escuchar el mensaje ininterrumpido Este sonido del silencio que es percibido, oído, es parecido al que percibe, oye. Esta vibración no tiene comienzo ni final, eterna y siempre renovada, inmóvil y en movimiento, poderosa y sutil. Está dentro de cada ser, de manera sustancial. Es él mismo… Es solo, aspirado desde dentro, que puede descubrirse ser el universo entero. “Mantente en silencio y tu palabra será Su palabra.” (Rûmi)

El silencio es la sustancia eterna dentro de la cual el universo está inmerso. Él es el origen. No hay que temerle cuando lo descubrimos. Emana de lo más profundo de lo que somos y allí nos conduce. Es el aliento cósmico que nos atraviesa. Es la libertad de nuestro espacio interior. Es presente en cuanto salimos de nuestros pequeños yoes, en cuanto la mente divisora entre el mundo y nuestra repuesta al mundo se calma. Nos revela lo que realmente es manifestado. Es esta voz sin sonido que canta la melodía de amor del universo. El silencio es la culminación del amor, su exaltación y su reposo. Absorberse dentro de él no es otra cosa que realizar nuestra naturaleza eterna. Fluir con él, es fundirse dentro del océano y desparecer, como la gota de agua.

Cerca de Pondichéry, se encuentra el santuario de Natarâja, que representa a Shiva ejecutando su danza cósmica, esta pulsación eterna de creación y destrucción. Al su lado se encuentra, se dice, el verdadero dios de la danza oculto detrás de un velo. Cuando se corre este velo, sólo hay un espacio vacío…